lunes, 24 de septiembre de 2012

“LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE”




¡Cuántas veces has oído y quizás tú mismo has dicho esta frase!
Y no es que sea descartada, sino que puede entenderse mal y, con ello, convertirse en un anestesiante de las fuerzas del espíritu.

Esperar y dejarse estar; esperar… y aguardar pasivamente; esperar… y dormirse; esperar… y engañarse… Todo esto son distintas formas de inacción, de pereza, de cobardía; son formas con las que cubrimos estados anímicos nuestros poco confiables para nuestra misma conciencia.

En cambio, trabajar con perseverancia, esforzarse con denuedo, pensar seriamente en orden a la acción, confiar en Dios y en uno mismo, esperar en que nuestro esfuerzo personal triunfará y que para ello Dios nos ayudará, esto es verdaderamente “esperanza”.

La esperanza no puede inhibir, no puede alienar; la esperanza suelta más bien las alas y empuja hacia la acción. 

 
Si ponemos toda nuestra confianza en el Señor, es que contamos con su ayuda. “dichoso el hombre que pone su confianza en el señor” Sal 40,5 “solo en Dios descansa mi alma; de Él me viene la esperanza; sólo Él es mi roca salvadora, mi baluarte: no vacilaré; mi salvación y mi gloria están en Dios, Él es mi roca firme” Sal 62, 6-8.

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