sábado, 30 de marzo de 2013

A NUESTRA MADRE

Dolorosa

Déjanos seguir contigo
desde el sepulcro al cenáculo
el camino doloroso
de tu soledad u llanto.

Desahoga, Madre nuestra
tu corazón angustiado
rosa de siete puñales
por nuestros siete pecados.

Repite el diálogo interno
con tu hijo bienamado,
muerto a los ojos del mundo
y, para ti, descansando.

De tu voz aprenderemos
la fe, la esperanza, el cántico
triunfal de amor renacido
tras las tinieblas del sábado.


viernes, 29 de marzo de 2013

CONTEMPLAR LA PASIÓN

La Pasión

¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...?

La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo «aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina». «No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). 

Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario». Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados, con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte eterna a gran precio, el de la Sangre de Cristo.

La costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en los mismos comienzos del Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la primera hora tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos. 

Santo Tomás de Aquino decía: «la Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida». Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo Tomás de qué libros había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras. Se dice que San Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los muchos besos que le había dado, y le dijo: «Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido». 

En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En él debemos aprender nosotros. «Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también».

jueves, 28 de marzo de 2013

FRATERNIDAD SACERDOTAL

En nuestro decanato nos hemos reunido en la parroquia de San Francisco de Asís, para el almuerzo sacerdotal, manifestando esa fraternidad en el sacerdocio. agradecemos a todos los padres y seminaristas que nos acompañaron. Iniciemos con alegría el Triduo Pascual. 

Aperitivo, p. Lee y Rigoberto
Almuerzo

¿QUÉ ES SER SACERDOTE?

Los sacerdotes de nuestra Diócesis

Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo. 

Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad, en esta comunión de pensamiento con Jesús debemos ejercitarnos, como nos dice el Apóstol Pablo en la Carta a los  Filipenses. La comunión de pensamiento no es algo meramente intelectual, sino también una comunión de sentimientos y de voluntad, y por tanto también del obrar.

Eso significa que debemos conocer a Jesús de un modo cada vez más personal, escuchándolo, viviendo con Él, estando con Él.

La amistad con Jesús siempre es, por antonomasia, amistad con los suyos. Solo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con el Cristo entero, con la cabeza y el cuerpo; en la frondosa vid de la Iglesia, animada por su Señor. Sólo en ella la Sagrada Escritura es, gracias al Señor, palabra viva y actual.


                  

EN ESTE DÍA MI PEQUEÑA ORACIÓN POR MIS HERMANOS SACERDOTES, GRACIAS POR CORRESPONDER A LA LLAMADA DE DIOS. QUE ÉL LES PROTEJA SIEMPRE. 

miércoles, 27 de marzo de 2013

ALGUNAS FOTOGRAFÍAS EN LA MISA CRISMAL


Procesíón de entrada 

Nuestro Obispo, Gonzalo de Villa

Presentación de los Santos Óleos

Bendición de los Santos Óleos

Presbíteros

Recibiendo los sagrados alimentos, en el Seminario Mayor.

MISA CRISMAL

Catedral de Sololá

Hoy iremos con alegría en la Iglesia Catedral donde nos reuniremos con nuestro Obispo, Gonzalo de Villa, junto a él y con todos nuestros hermanos sacerdotes, celebraremos la Santa Eucaristía conocida como “Misa Crismal”.

Se llama Crismal porque en ella el Obispo consagra el Santo Crisma, también bendice el Óleo de los Enfermos y el Óleo de los Catecúmenos. Por otra parte, esta Santa Eucaristía manifiesta la unidad del presbiterio.

En esta Eucaristía también se pone de relieve el carácter sacerdotal del pueblo de Dios. Todos los cristianos hemos sido ungidos por el Bautismo e incorporados en el misterio Pascual de Cristo.

El nuevo Crisma y el nuevo Óleo de los Catecúmenos se han de utilizar en la celebración de los sacramentos de la iniciación en la noche pascual. Ello nos recuerda que son medios llenos de la virtud del Espíritu Santo a través de los cuales todas las acciones sacramentales de la Iglesia están llenas de la eficacia del misterio pascual.

martes, 26 de marzo de 2013

UN POCO DE HISTORIA

¿Por qué el Santo Sepulcro queda dentro de las murallas de Jerusalén? ¿No se dice en los Evangelios que Jesús fue crucificado en el Gólgota, fuera de las murallas? 



En tiempos de Nuestro Señor, el Gólgota quedaba, efectivamente, fuera de las murallas. Pero esas murallas han sido destruidas y reconstruidas varias veces. Las murallas actuales dejan dentro de la ciudad el monte Calvario. Fueron construidas por Solimán, en 1538. 

"En el primer mapa vemos el perímetro de las murallas de Jerusalén en tiempos de Cristo (línea azul) y localizamos algunos lugares, como el templo, la torre Antonia, el palacio de Herodes y de Caifás, el cenáculo y el Gólgota. 

En el segundo mapa vemos el perímetro actual de las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén (línea marrón), localizando los mismos lugares. Veremos como algunos que estaban antes dentro de la muralla quedan ahora fuera (palacio de Caifás y Cenáculo), mientras alguno que estaba fuera (Gólgota) queda ahora dentro de las actuales murallas turcas (del s. XVI). 

En el tercer mapa superponemos los dos anteriores. Vemos claramente las zonas que antes estaban dentro y ahora quedan fuera, y las zonas que antes estaban fuera y ahora quedan dentro de la actual muralla.

lunes, 25 de marzo de 2013

¿QUÉ ES LA VOCACIÓN?

Tú puedes ser sacerdote

Nos ha llegado la invitación a las convivencias vocacionales para este año 2013, es una invitación de Dios a todos los jóvenes de buena voluntad de seguir a Cristo más de cerca. Explicaremos brevemente qué es una vocación.

En realidad, la palabra VOCACIÓN proviene del latín: VOCARE, que significa llamado. Sentir una vocación equivale a decir que alguien me está llamando. De otra manera no tiene sentido.

ALGUIEN LLAMA

Debemos poner en claro antes que nada, que es Dios quien llama. Iluminados por la fe y experiencia enorme de la Iglesia, sabemos ciertamente que toda vocación viene de Dios.

EL PRIMER LLAMADO

Dios Creador nos llama del no-ser a la existencia. Nosotros no nos damos la vida a sí mismo: la recibimos gratuitamente. Dios, por medio de los padres, va llamando a la vida a los seres humanos.

UN SEGUNDO Y SUBLIME LLAMADO

Dios no nos llama a la existencia nada más para que vivamos, crezcamos, nos reproduzcamos y nos muramos. No somos animales. Él tiene un proyecto grandioso e inefable para cada persona llamada a la existencia. Si ha constituido a los esposos como colaboradores suyos en la procreación, es para un fin mucho muy superior al mero deseo de llenar la tierra de seres humanos.

Cada uno de nosotros, estamos llamados "desde antes de la creación del mundo", como nos dice San Pablo en su maravillosa carta a los Efesios, a participar de su propia VIDA DIVINA, hasta la eternidad, lo que llamamos la GRACIA SANTIFICANTE. Este llamado, esta vocación a la Gracia, es el hecho más importante en nuestras existencias. Todo hombre nacido en este planeta, está llamado a ser Santo. La vocación a la Santidad es universal.

EL HOMBRE RESPONDE

Si en toda vocación es Dios quien llama, toca al hombre responder a dicho llamado. Y como el hombre es libre por designio Divino, puede responder afirmativamente. o no. Podemos negarnos al don de la existencia suicidándonos. Podemos negarnos al llamado a la santidad, pecando. Es nuestra decisión y Dios la respeta porque no quiere autómatas. Él pone ante nosotros la vida o la muerte, la Gracia o la condenación. ¡Terrible cosa ser tan libres!

¿Cómo llama Dios a un joven a su servicio? Tengamos presente que Él toma la iniciativa y llama a quien quiere del modo que Él quiere. Puede ser que el muchacho ve de pronto, con una lucidez total, que el sacerdocio es lo suyo. O bien puede suceder que la idea vaya colándose lentamente en su ánimo, como a través de una niebla que se despeja poco a poco. 

Algunos han sido llamados desde su más tierna infancia y jamás han pensado en otra cosa; otros al contrario, han tenido que superar dudas y tentaciones, altibajos y decepciones. Cada sacerdote podría decir el cómo de su llamado. Hermoso el testimonio de un sacerdote Marista que desde los siete años al ver a su cura párroco ya anciano, se dijo: "A su muerte yo tomaré su lugar".

domingo, 24 de marzo de 2013

OBEDIENTE HASTA LA MUERTE




El Evangelio de este Domingo de Ramos es la narración de la Pasión según san Lucas. Lucas concibe su Evangelio como un único y largo viaje de Jesús hacia Jerusalén en donde debe cumplir su obra esencial. Ahora, hemos llegado al final de este viaje. En la semana, que nos apresuramos a conmemorar, se cumplió el drama más decisivo que conozca la historia, el drama de la humana redención. 

En la segunda lectura, san Pablo nos da la clave de interpretación del entero suceso de Cristo y, al mismo tiempo, una síntesis insuperable: 

«Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz».

En este domingo también se llevará a cabo la Jornada de la Juventud en nuestra Diócesis, la parroquia de San Juan Comalapa nos espera con los brazos abiertos. Vayamos con esta alegría de subir con Jesús a Jerusalén, y glorifiquemos al Señor diciendo: Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el Rey de la gloria. Y ¿quién es ese Rey de la gloria? El Señor de los ejércitos es el Rey de la gloria. Hosanna en el cielo. Bendito tú, que vienes lleno de bondad y de misericordia. Sigue la transmisión en vivo aquí



sábado, 23 de marzo de 2013

EFECTOS DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

Efectos de la Confesión

"Si el impío hiciese penitencia de todos los pecados que ha cometido, y observase todos mis preceptos, y obrase según derecho y justicia, tendrá vida verdadera, y no morir eternamente; de todas las maldades que haya cometido, yo no me acordar‚ más" (Ez. 18, 21). 

Es muy triste la condición del alma después del pecado mortal: poseía la gracia sobrenatural y la amistad de Dios; se encaminaba al cielo y tenía el tesoro de los méritos obtenidos por sus obras buenas: todo eso lo ha perdido por el pecado mortal. Sin embargo, mediante la virtud y el sacramento de la penitencia, el alma consigue la absolución de sus pecados, y todo lo que había perdido le es restituido. 

La reconciliación trae al alma un maravilloso caudal de bienes: 

  • Infunde en el alma la gracia santificante (o la aumenta, si ya se poseía), devolviendo la amistad con Dios. 
  • Perdona los pecados, la pena eterna y la temporal (esta última, en todo o en parte). 
  • Restituye las virtudes y los méritos. 
  • Confiere la gracia sacramental específica. 
  • Reconcilia con la Iglesia.

Lo explicaremos detalladamente en qué consistirá cada una de ellas para la próxima entrada. 

viernes, 22 de marzo de 2013

EL RITO SACRAMENTAL

Absolución individual

El rito del sacramento incluye también otras oraciones que, sin formar parte esencialmente de la forma, muestran el profundo sentido de la penitencia y facilitan la contrición y el propósito de enmienda; por eso pueden ser objeto de algunas modificaciones, a diferencia de las palabras esenciales de la forma, que no las admite. 

Hay tres ritos de celebración de este sacramento: 

Rito para reconciliar a un solo penitente, con confesión y absolución individual
Rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual
Rito pata reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución colectiva (trataremos con detalle este rito en el inciso B. 

En cualquiera de estos tres ritos, debe recordarse que la confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia (Catecismo, n. 1484). 

B. La absolución colectiva 

La Iglesia enseña al respecto que: "En caso de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general" (Catecismo, n. 1483). 

Aclara a continuación que semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. 

En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados en el debido tiempo. Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen las condiciones requeridas para la obsolución general. Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave. 

El abuso sobre esta materia atenta contra el precepto divino de la confesión individual, y es preciso valorarlo bien en cada caso; p. ej.: 
si realmente existen las circunstancias excepcionales de imposibilidad física o moral de confesarse individualmente, y si hay grave necesidad de recibir la absolución, pero el sacerdote no cuenta con el permiso del Obispo del lugar y, pudiendo hacerlo, no lo consulta, el sacerdote absolvería ilícitamente, pero la absolución sería válida porque los penitentes ignoran que el sacerdote no tiene autorización; 

Cuando se dan las condiciones para perdonar los pecados de esta manera, al desaparecer la imposibilidad física o moral para confesarse de modo auricular y secreto, los pecados perdonados de este modo han de ser confesados individualmente. Por eso la Iglesia siempre insiste en que la acusación o confesión personal, y la absolución individual es, por ley divina, el único modo ordinario. 

Los recordaba recientemente Juan Pablo II, al afirmar que la enseñanza inalterada que la Iglesia ha recibido de la más antigua Tradición, y la ley con la que ella ha codificado la antigua praxis penitencial..., es que la confesión individual e íntegra de los pecados con la absolución igualmente individual constituye el único modo ordinario, con el que el fiel, consciente de pecado grave, es reconciliado con Dios y con la Iglesia (Exhor. apost. Reconciliatio et Paenitentia, n. 33). 

A través de la lícita absolución general, el penitente obtiene el perdón de los pecados que no ha confesado personalmente al sacerdote, sólo si: 
- tiene arrepentimiento y propósito de no pecar, 
- de reparar los daños y el escándalo causados, 
- y está dispuesto a hacer la confesión individual de los pecados así absueltos a su debido tiempo; es decir, en la primera confesión que haga. 

Además, ha de tener también en cuenta que mientras no se confiese individualmente, no puede recibir otra absolución colectiva, y que hay obligación de confesarse privadamente al menos una vez al año.

En nuestra última jornada de confesiones; nos espera la parroquia de "San Bernardino", Patzún.

jueves, 21 de marzo de 2013

EL SIGNO SACRAMENTAL DE LA PENITENCIA

El signo sensible lo componen la absolución del sacerdote y los actos del penitente.

Sacerdote absolviendo 

La actuación del ministro que imparte el perdón en nombre de Cristo se resume en las palabras de la absolución, que constituyen la forma del sacramento; la actuación del penitente se concreta en las disposiciones con que se prepara para recibir la absolución, y constituyen la materia del sacramento: esas disposiciones son la contrición o dolor de los pecados, la confesión o manifestación de los mismos, y la satisfacción para compensarlos de algún modo. 

Los actos del penitente 

El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda en el n. 1450 que la penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción. De los tres actos del penitente el más importante es la contrición es decir, el rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo. Esta contrición es el principio de la conversión, de la metanoia que devuelve al hombre a Dios, y que tiene su signo visible en el sacramento de la penitencia. 

Por voluntad de Dios, forma parte del signo sacramental la acusación de los pecados, que tiene tal realce que de hecho el nombre usual de este sacramento es el de confesión. Acusar los propios pecados es una exigencia de la necesidad de que el pecador sea conocido por quien en el sacramento es a la vez juez -que debe valorar la gravedad de los pecados y el arrepentimiento del pecador-, y médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. 

La satisfacción es el acto final del signo sacramental, que en muchos sitios se llama precisamente penitencia. No es, obviamente, un precio que se paga por el perdón recibido, porque nada puede pagar lo que es fruto de la Sangre de Cristo. Es un signo del compromiso que el hombre hace de comenzar una nueva vida, combatiendo con la propia mortificación física y espiritual las heridas que el pecado ha dejado en las facultades del alma.

En nuestra jornada de confesiones; la parroquia de "San Francisco de Asís", Tecpán Guatemala.

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA CONFESIÓN; DOCTRINA DEL MAGISTERIO


Sobre los puntos atacados por los herejes, la Iglesia se ha visto obligada a predicar la doctrina católica. 

A. Institución del sacramento por Jesucristo 

La primera y radical conversión del hombre tiene lugar en el sacramento del bautismo: por él se nos perdona el pecado original, nos convertirnos en hijos de Dios, y entramos a formar parte de la Iglesia. Sin embargo, como el hombre a lo largo de su vida puede descaminarse no una, sino innumerables veces, quiso Dios darnos un camino por el que pudiéramos llegar a El. 

Como era tan sorprendente la divina misericordia dispuesta a perdonar, el Señor fue preparando a sus Apóstoles y a sus discípulos, perdonando El mismo los pecados al paralítico de Cafarnaúm (cfr. Lc. 5, 18-26), a la mujer pecadora (cfr. Lc. 7, 37-50), etc., y prometiendo, además, a los Apóstoles, la potestad de perdonar o de retener los pecados: "En verdad os digo: todo cuanto atareis en la tierra ser atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra, será desatado en los cielos" (cfr. Mt. 18, 18). 

Para que no hubiera duda de que los poderes que había prometido a San Pedro personalmente (cfr. Mt. 16, 19) y a los demás Apóstoles con él (cfr. Mt. 18, 18), incluían el de perdonar los pecados, en la tarde del primer día de la resurrección, apareciéndose Jesús a sus Apóstoles, los saluda y les muestra sus manos y su costado diciendo: recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quiénes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn. 20, 21 ss.). De otra manera, si la Iglesia no tuviera esa potestad, no podría explicarse la voluntad salvífica de Dios. 

B. Universalidad del poder de perdonar los pecados 

La potestad de perdonar se extiende absolutamente a todos los pecados. Consta por la amplitud ilimitada de las palabras de Cristo a los Apóstoles: Todo lo que desatareis... (Mt. 18, 18), y por la práctica universal de la Iglesia que, aun en las épocas de máximo rigor disciplinar, absolvía los pecados más aborrecibles -llamados ad mortem- una vez en la vida, y siempre en el momento de la muerte; señal evidente de que la Iglesia tenía plena conciencia de su ilimitada potestad sobre toda clase de pecados (cfr. Dz. 43, 52a, 57 III, 430, 894, 903). 

Por eso señalaba recientemente Juan Pablo II empleando una expresión de San Pablo (cfr. I Tim. 3, 15ss.) que a ese designio salvífico de Dios se le ha de llamar mysterium o sacramentum pietatis: es, en efecto, el misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros, que penetra hasta las raíces más profundas de nuestra iniquidad mysterium iniquitatis, llama también San Pablo al pecado (cfr. II Tes. 2, 7), para provocar en el alma la conversión y dirigirla a la reconciliación (cfr. Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentia, nn. 19-20). 

C. Potestad conferida a la Iglesia 

Esa potestad fue conferida sólo a la Iglesia jerárquica, no a todos los fieles, ni sólo a los carismáticos. En la persona de los Apóstoles se contenía la estructura jerárquica de la Iglesia, que se había de continuar en todas las épocas (cfr. Dz. 902 y 920). 

Unida íntimamente a la misión de Cristo está la misión de la Iglesia, pues a ella sólo otorgó su potestad y prometió su asistencia hasta el fin de los siglos. 

D. La potestad de perdonar los pecados es judicial 

La potestad de perdonar los pecados que tiene la Iglesia es judicial; es decir, el poder conferido por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores implica un verdadero acto judicativo: hay un juez, un reo y una culpa. Se realiza un juicio, se pronuncia una sentencia y se impone un castigo. 

Esto significa que, cuando el sacerdote imparte el perdón no lo hace como "si declarara que los pecados están perdonados. sino a modo de acto Judicial, en el que la sentencia es pronunciada por él mismo como juez" (Concilio de Trento: cfr. Dz. 902 ). Por esta razón, la forma se dice con carácter indicativo y en primera persona: "Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". 

El sacerdote, sin embargo, dicta la sentencia en nombre y con la autoridad de Cristo, y por tanto, es el mismo Jesucristo -representado por el sacerdote- quien perdona los pecados en un juicio cuya sentencia es siempre de perdón, si el penitente está bien dispuesto. Sirviéndose del ministro como instrumento, es el propio Jesucristo quien absuelve. 

En nuestra jornada de confesiones; la parroquia de San José Poaquil y la Santo Cura de Ars.

martes, 19 de marzo de 2013

INICIO DEL MINISTERIO PETRINO



Misa del Inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma. “Este es el nombre correcto de la ceremonia -ha dicho Lombardi-, no el de entronización, ni el de inauguración. El Papa es, como sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, y la Iglesia de Roma, preside a las demás en la caridad. Por otra parte, es una celebración cargada de símbolos que recuerdan el vínculo del Papa con San Pedro, como sucesor suyo, empezando por el lugar donde se lleva a cabo: la Plaza, donde según la tradición fue martirizado Pedro”. 

Como último argumento, Lombardi, ha comunicado cuales son el escudo y el lema del nuevo pontífice, que son los mismos utilizados desde su consagración episcopal El escudo tiene fondo azul y lleva los mismos símbolos de la dignidad pontificia de Benedicto XVI: mitra colocada entre dos llaves de oro y plata en forma de cruz, unidas por un cordón rojo. En lo alto campea el emblema de la orden del Papa: la Compañía de Jesús: un sol radiante, con el monograma de Cristo en rojo. La letra H lleva una cruz encima y las puntas son tres clavos negros. Abajo, una estrella y una flor de nardo. La estrella, según la tradición heráldica simboliza a la Virgen, Madre de Cristo y de la Iglesia, mientras la flor de nardo indica a San José, patrono de la Iglesia universal. En la tradición iconográfica española, efectivamente, San José lleva una vara de nardo. Con esos símbolos el Papa manifiesta su amor por la Virgen y San José. 

El lema “Miserando atque eligendo” (Con sentimiento de amor y lo eligió), procede de un pasaje de una homilía de San Beda el Venerable, comentando el relato evangélico de la vocación de San Mateo y tiene un significado especial para el Papa, ya que a los 17 años, en la festividad de San Mateo en 1953, después de confesarse, percibió la misericordia de Dios en su vida y sintió la llamada al sacerdocio siguiendo el ejemplo de San Ignacio de Loyola.

LA PENITENCIA, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY


Los 5 pasos para confesarse bien

La penitencia es un verdadero sacramento, pues en ella se dan los elementos esenciales de todo sacramento: 


a) el signo sensible, que está constituido por los actos del penitente: contrición, confesión y satisfacción (cfr. Catecismo Romano, II, cap. V, n. 13; Concilio de Trento, sess. XIV, caps. 3-4), y las palabras de la absolución; 

b) la institución por Cristo, de la que se habla con toda claridad en la Sagrada Escritura: Recibid al Espíritu Santo dijo Jesús a los Apóstoles; a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn. 20, 22); 

c) la producción de la gracia, tanto la santificante que se infunde al ser remitidos los pecados, como la sacramental específica, que da la fuerza para no volver a cometer los pecados acusados. 

Herejías opuestas 

Para contrastar la riqueza de la doctrina católica sobre este sacramento, resulta útil detenerse en las interpretaciones equivocadas que se han suscitado en la historia de la Iglesia: 

a) La herejía llamada de los montanistas (siglo II), limitaba el poder de la Iglesia para perdonar los pecados, diciendo que había algunos -la idolatría, el adulterio y el homicidio- que no podrían ser perdonados. 
b) Los novacianos (siglo III) afirmaban que la Iglesia debía estar formada sólo por hombres puros, y negaban la reconciliación a todos aquellos que hubieran cometido pecado mortal. Lo mismo afirmaron los donatistas (siglo IV). 

c) Abelardo (siglo XII) afirmó que Cristo confirió a sus Apóstoles la potestad de atar y de desatar, pero esa potestad no la concedió a los sucesores de ellos (cfr. Dz. 379). 

d) Las sectas espiritualistas (valdenses y cátaros) así como los seguidores de Wicleff y de Hus, rechazaron la jerarquía eclesiástica y, en consecuencia, defendían la tesis de que todos los cristianos buenos y piadosos tienen sin distinción el poder de absolver los pecados. 

e) Los reformadores protestantes negaron totalmente el poder de la Iglesia para perdonar los pecados. Aunque al principio admitieron la penitencia como sacramento (junto al bautismo y a la ‘cena’; cfr. Lutero), Apol. Conf. Aug., art. 13), su concepto de justificación les llevó necesariamente a negar todo poder real de perdonar los pecados. 

En efecto, si la justificación no es, según ellos, verdadera y real extinción del pecado, sino una mera no imputación externa o cubrimiento de los pecados por la fe fiducial. entonces la absolución no es verdadera remisión del pecado, pues los pecados permanecen a pesar de todo. 

Contra los protestantes, el Concilio de Trento declaró que Cristo comunica a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores, la potestad de perdonar realmente los pecados (cfr. Dz. 894 y 913). 

f) En la época actual, el error consiste en la desacralización del sacramento, al grado de ser equiparado a técnicas puramente humanas o psicológicas, como si se tratara de relaciones interpersonales, perdiéndose de vista que la confesión es el medio para obtener la realidad sobrenatural de la gracia santificante.

En nuestra jornada de confesiones, hoy será en la parroquia de "Santa Apolonia", nos encomendamos a sus oraciones.

lunes, 18 de marzo de 2013

JORNADA DE CONFESIONES

Damos inicio a la jornada de confesiones en nuestro decanato. Pedimos a Dios que suscite la conversión del corazón en sus fieles. Y a quienes Dios les ha dado la potestad de perdonar, la paciencia y el amor al sacramento. 

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA 

La grandeza de la misericordia de Dios se pone particularmente de relieve ante la consideración de la negatividad insondable del pecado. En efecto, la malicia que supone el quebranto de la Voluntad divina por parte de la criatura, ofende a la Majestad de Dios y alcanza por ello gravedad infinita. Sin embargo, es Dios mismo quien ofrece su perdón, porque no desea la muerte del hombre sino que se convierta de su camino y viva (Ez. 33, 11). Su inagotable misericordia obra pacientemente con vosotros, no queriendo que algunos perezcan sino que todos vengan a penitencia (I Pe. 3, 9). 

Al ofrecer su perdón, Dios pide a cambio una conversión en el interior del hombre, un cambio de vida un retornar de nuevo hacia El: y es precisamente este requerimiento divino lo que engloba el concepto de penitencia. 

NOCIÓN DE PENITENCIA 

Etimológicamente, penitencia viene del verbo latino poenitere = tener pena, dolerse, arrepentirse. En teología se usa indistintamente el término para designar tanto una virtud como un sacramento. 

a) La penitencia, virtud moral (cfr. Catecismo, nn. 1430-2). 

Como virtud, la penitencia lleva al pecador: 
a arrepentirse de los pecados cometidos, 
a tener el propósito de no volver a cometerlos, 
a imponerse por ellos el debido castigo o satisfacción. 

En el lenguaje común, al decir que alguien hace penitencia suele entenderse tan sólo la fase final de la virtud, es decir, el cumplimiento de las obras costosas impuestas como castigo. Esos sacrificios, sin embargo, no se entenderían al margen del motivo que los ocasiona: el arrepentimiento de acciones pecaminosas, que incluyen implícitamente la enmienda. Así, pues, la virtud de la penitencia en teología engloba causas y efectos, y no sólo las obras penitenciales. 

Lo propio de esta virtud es el dolor del alma que se entristece por sus pecados, y que tiene como motivo saber que son ofensas a Dios, y no, p. ej., los males que el pecado suele acarrear (cfr. S. Th. III, q. 85, ad. 2, ad. 3). Por tanto, no sería virtud la del ladrón que se arrepiente del hurto porque lo encarcelaron, o porque fue golpeado, etc. 

b) La penitencia como sacramento 

Como sacramento, la penitencia o reconciliación es uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley instituidos por Nuestro Señor Jesucristo. 

Es ésta una verdad de fe definida por el Concilio de Trento (cfr. Dz. 911). 

De acuerdo a esta segunda acepción, el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación (Catecismo, n. 1486). 

El sacramento de la penitencia se une íntimamente a la virtud de la penitencia, por dos razones: 
1. Porque el sacramento de la penitencia requiere, como condición necesaria para que sea válido, la virtud de la penitencia: no se daría el perdón de los pecados en la confesión, si el pecador no estuviera arrepentido de haberlos cometido. 

2. Porque el verdadero arrepentimiento de los pecados conlleva el deseo de confesarlos: se dudaría del dolor de haber ofendido a Dios si no se pusieran en práctica los medios fijados por Dios mismo para perdonar pecados.

Llegando a Paquip

El día de hoy nuestra jornada sera en la parroquia: "Nuestra Señora de Guadalupe, Xecoxol y Santo Tomás Apóstol, Paquip".

domingo, 17 de marzo de 2013

LA MUJER ADÚLTERA

Jesús escribiendo

Hemos llegado al quinto domingo de Cuaresma, en el que la liturgia nos propone, este año, el episodio evangélico de Jesús que salva a una mujer adúltera de la condena a muerte, para la cual la ley de Moisés preveía la lapidación (apedreado). Esos hombres piden a Jesús que juzgue a la pecadora con la finalidad de “ponerlo a prueba”. La escena está cargada de dramatismo: de las palabras de Jesús depende la vida de esa persona, pero también su propia vida. De hecho, los acusadores hipócritas fingen confiarle el juicio, mientras que en realidad es precisamente a él a quien quieren acusar y juzgar. Jesús, en cambio, está “lleno de gracia y de verdad”, él sabe lo que hay en el corazón de cada hombre, quiere condenar el pecado, pero salvar al pecador, y desenmascarar la hipocresía.
El evangelista san Juan pone de relieve un detalle: mientras los acusadores lo interrogan con insistencia, Jesús se inclina y se pone a escribir con el dedo en el suelo. San Agustín observa que el gesto muestra a Cristo como el legislador divino: en efecto, Dios escribió la ley con su dedo en las tablas de piedra. Jesús, por tanto, es el Legislador, es la Justicia en persona. Y ¿cuál es su sentencia? “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Estas palabras están llenas de la fuerza de la verdad, que desarma, que derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia mayor, la del amor, en la que consiste el cumplimiento pleno de todo precepto. Es la justicia que salvó también a Saulo de Tarso, transformándolo en san Pablo.
Cuando los acusadores “se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos”, Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien: “Tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques más”. Es la misma gracia que hará decir al Apóstol: “Una cosa hago: olvido lo que dejé detrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús”. Dios sólo desea para nosotros el bien y la vida; se ocupa de la salud de nuestra alma por medio de sus ministros, liberándonos del mal con el sacramento de la Reconciliación, a fin de que nadie se pierda, sino que todos puedan convertirse. Benedicto XVI

sábado, 16 de marzo de 2013

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS




En nuestra parroquia “San Francisco de Asís” (clic aquí) tuvimos la alegría de ungir a muchos de nuestros fieles, que por su avanzada edad no han  asistido a la Santa Misa, fue un momento de encuentro familiar para muchos de ellos, y lo más importante es el encuentro con Jesucristo en la Santa Unción y en la Eucaristía.

La unción de los enfermos es el sacramento que "tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez" (Catecismo, n. 1527).

Tal como deseaba el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum concilium, n. 73), en lugar del nombre de Extremaunción se usa ahora el de unción de los enfermos, intentando hacer patente que no es sólo un sacramento para quienes se encuentran en el último momento de su vida, sino para aquellos cristianos que empiezan a estar en peligro de muerte, por enfermedad o vejez.

Se llama ‘unción’ porque al sujeto se le unge con óleo sagrado.

LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS COMO SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY

La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:

Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cfr. Mc. 6, 13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor (Catecismo, n. 1511).

El texto de -Sant. 5, 14-15- es citado por el Concilio como el momento de la promulgación del sacramento: "¿Alguno de vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le aliviará, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados".

Con estas palabras, Santiago pone de relieve la eficacia sacramental del rito: el perdón de los pecados y la salud corporal son producidos por un acto que en sí mismo no tendría eficacia ni para una ni para otra cosa, si Dios no se la hubiera dado. 

ALGUNAS ANÉCDOTAS DEL PAPA FRANCISCO ANTES DE SER PAPA II



Educación sexual

“La iglesia no se opone a la educación sexual. Personalmente, creo que debe haberla a lo largo de todo el crecimiento de los chicos, adaptada a cada etapa. En verdad, la Iglesia siempre impartió educación sexual, aunque acepto que no siempre lo hizo de un modo adecuado. Lo que pasa es que actualmente muchos de los que levantan las banderas de la educación sexual la conciben separada de la persona humana. Entonces, en vez de contarse con una ley de educación sexual para la plenitud de la persona, para el amor, se cae en una ley para la genitalidad. Ésa es nuestra objeción. No queremos que se degrade a la persona humana. Nada más”.

(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, SJ., Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, Vergara editor, pág. 92-93)

Cocina

–¿Cocina actualmente?
–No, no tengo tiempo. Pero cuando vivía en el colegio Máximo, de San Miguel, como los domingos no había cocinera, yo cocinaba para los estudiantes.
–¿Y cocina bien?
–Bueno, nunca maté a nadie…

(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, SJ., Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, Vergara editor, p. 31)

Ping pong de preguntas y respuestas

–¿Cómo se presentaría ante un grupo que no lo conoce?
–Soy Jorge Bergoglio, cura. Es que me gusta ser cura.
–¿Un lugar en el mundo?
–Buenos Aires.
–¿Una persona?
–Mi abuela.
–¿Cómo prefiere enterarse de las noticias?
–Leyendo los diarios. La radio la enciendo para escuchar música clásica.
–Viaja mucho en el subterráneo, ¿es su transporte predilecto?
–Lo tomo casi siempre por la rapidez, pero me gusta más el colectivo, porque veo la calle.
–¿Tuvo novia?
–Sí. Formaba parte de la barra de amigos con la que íbamos a bailar.
–¿Por qué finalizó el noviazgo?
–Descubrí mi vocación religiosa.
–¿Tiene algún familiar que también abrazó la vocación religiosa?
–Sí, el hijo de mi hermana Marta. Es sacerdote jesuita como yo.
–¿Alguna afición?
–De joven coleccionaba estampillas. Ahora, leer, que me gusta mucho, y escuchar música.
–¿Una obra literaria?
–La poesía de Hölderlin me encanta. También, muchas obras de la literatura italiana. A I promesi sposi la habré leído cuatro veces. Otro tanto a La Divina Comedia. Me llegan Dostoievsky y Marechal.
–¿Borges? Usted lo trató.  
–Ni qué decir. Además Borges tenía la genialidad de hablar prácticamente de cualquier cosa sin mandarse la parte.
–Borges era agnóstico.
–Un agnóstico que todas las noches rezaba el Padrenuestro, porque se lo había prometido a su madre y que murió asistido religiosamente.
–¿Una composición musical?
–Entre las que más admiro está la obertura Leonera número tres de Beethoven en la versión de Furtwängler, es a mi entender el mejor director de algunas de sus sinfonías y de las obras de Wagner.
–¿Le agrada el tango?
–Muchísimo. Es algo que me sale de adentro. Creo conocer bastante de sus dos etapas.
–¿Sabe bailarlo?
–Sí. Lo bailé de joven, aunque prefiero la milonga.
–¿Su deporte preferido?
–De joven, practicaba el básquet, pero me gustaba ir a la cancha a ver fútbol. Íbamos toda la familia, incluida mi mamá, a ver a San Lorenzo, el equipo de nuestros amores: mis padres era de Almagro, el barrio del club.

(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, SJ., Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, Vergara editor, pp. 118-120)

Nombramiento

[Después de una conversación el Nuncio] “me informa: “Ah… una última cosa… fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y la designación se hace pública el 20…” Así nomás, me lo dijo.
¿Y cuál fue su reacción?
“Me bloqueé. Como señalé antes, como consecuencia de un golpe, bueno o malo, siempre me bloqueo”.
[…]
Por lo menos, díganos qué sentía cuando veía su nombre entre los grandes candidatos a Papa… [sobre el Cónclave del 2005].
Pudor, vergüenza. Pensaba que los periodistas estaban locos.

(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, SJ., Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, Vergara editor, pp. 125-126)

Dolor y resentimiento

“El dolor, que es también otra llaga, es a campo abierto. El resentimiento es como una casa tomada, donde vive mucha gente hacinada que no tiene cielo. Mientras que el dolor es como una villa donde también hay hacinamiento, pero se ve el cielo. En otras palabras, el dolor está abierto a la oración, a la ternura, a la compañía de un amigo, a mil cosas que a uno lo dignifican. O sea, el dolor es una situación más sana. Así me lo dicta la experiencia”.

(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, SJ., Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, Vergara editor, pp. 143)